[Traducción de "Exposing the Maya," un artículo de Ian Graham que apareció en la revista Archaeology de Septiembre/Octubre de 1990.]

Para finales del siglo pasado y principios del actual, Teobert Maler, fotógrafo y aventurero austríaco, había producido un acervo considerable de placas fotográficas de numerosos sitios mayas jamás antes registrados, ubidados tanto en México como en Guatemala. El trabajo de Maler dio un importante estímulo al desarrollo de la arqueología del área maya y sigue siendo una fuente invaluable de material para estudiar la epigrafía, la iconografía y la arquitectura de esta cultura.

Nacido en 1842, Maler llegó por primera vez a México en 1864, en calidad de voluntario en la expedición militar austríaca que apoyaba las aspiraciones imperiales del Archiduque Maximiliano. La carrera militar de Maler llegó a su fin con la derrota de Maximiliano en 1867 pero, para entonces, la belleza de México ya lo había cautivado. Hizo de este país su hogar adoptivo y dedicó su vida a la documentación del legado de la cultura maya.

Tras abandonar el ejército imperial, el joven Maler pasó 11 años viajando por todo México. Durante este período, comenzó a fotografiar ruinas, desarrollando sus habilidades fotográficas, así como un gran interés en el pasado precolombino de México.

Debido a problemas legales con la herencia de su padre, Maler tuvo que volver a Europa en 1878. Permaneció en ese continente por espacio de ocho años, hasta que la disputa de la sucesión se resolvió en su favor. En 1885, a la edad de 43 años, regresó a México.

A pesar de que sus primeros viajes por el país habían sido muy amplios, Maler no visitó la península de Yucatán sino hasta después de regresar de Europa. Decidió establecerse en la tranquila población de Ticul, en donde montó un estudio fotográfico. No realiza exploraciones significativas en ese año de 1885 y es muy probable que haya dedicado una parte considerable de dicho año a aprender la lengua maya. Comienza a explorar la península de forma importante en el año de 1886, continuando estas actividades con gran dedicación hasta el año de 1894.

La fotografía de las antiguas ciudades mayas resultaba un trabajo muy caro y Maler tuvo que ingeniárselas para hacerse de fondos mediante la venta de su creciente colección de impresiones fotográficas. Por espacio de varios años, Maler vendió impresiones en papel de las numerosas ruinas yucatecas que fotografiaba, pero la venta en pequeña escala no alcanzaba para cubrir sus necesidades financieras. De igual manera, es poco probable que la preparación de uno que otro artículo para la revista geográfica y etnográfica alemana Globus, entre otras publicaciones, haya bastado para satisfacer sus ambiciones de efectuar una contribución arqueológica importante.

Con el fin de incrementar sus ingresos y su reputación en círculos académicos, Maler comenzó a preparar juegos de impresiones de gran formato, montados de manera uniforme y complementados con mapas e información adicional de los diferentes sitios, con la intención de vender estos juegos a museos y universidades. Al buscar compradores para su material, llamó la atención de los directores del Museo Peabody de la Universidad de Harvard, quienes rápidamente lo contrataron. A principios de 1898, Maler se embarcó en su primera expedición bajo los auspicios del Peabody: el objetivo era efectuar un recorrido exploratorio de la región de Palenque. Fue la primera de tres expediciones importantes que Maler llevó a cabo para el museo entre los años de 1898 y 1905. El temperamento obstinado de Maler, que tan útil le había sido en sus tareas como explorador, tuvo sin embargo efectos negativos en su trato con el Peabody, lo que llevó a su separación de la institución en 1909. Pasó sus últimos años en Mérida, en donde murió el 22 de Noviembre de 1917.

A pesar de que un gran número de las fotografías y mapas de ruinas mayas que Maler llevó a cabo se han publicado, una parte importante de su trabajo ha permanecido prácticamente olvidada e inédita por espacio de varias décadas en el Ibero-Amerikanisches Institut de la ciudad de Berlín. Hans Prem, quien trabaja para este instituto, actualmente se encuentra preparando tres volúmenes de este material para su publicación. La base de este trabajo son los cuadernos de notas de Maler, mismos que contienen unas 400 páginas de textos autógrafos y fotografías que ilustran unos 100 sitios arqueológicos, muchos de los cuales ningún arqueólogo ha vuelto a visitar. Algunas otras fotografías inéditas de Maler, incluyendo aquellas que tomó durante su primera estancia en México, obran en las colecciones del Museo Peabody de la universidad de Harvard.

Como fotógrafo-expedicionario, Maler no tenía igual. Tenía la habilidad de ajustar sus exposiciones de tal forma que sus fotografías podían revelar los detalles más finos, tanto si los monumentos fotografiados recibían luz directa como si se hallaban en la sombra. Tenía un gran sentido de la composición y a menudo sus fotografías se veían enriquecidas mediante la inclusión de sus trabajadores en un primer plano, en el vano de una puerta o, sencillamente, sentados en el piso. Su gran capacidad técnica queda en evidencia también en las ampliaciones que efectuó sobre papel de platino, técnica de impresión extremadamente difícil de controlar en un clima tropical y en un cuarto oscuro tan primitivo como el que debió tener.

La perfección que Maler siempre se esforzó por alcanzar está muy bien ejemplificada en sus fotografías de monumentos hallados rotos en varios fragmentos. Fotografiaba estos monumentos pedazo por pedazo, dedicando especial atención a mantener constante la distancia entre el lente y el objeto, lo que aseguraba el mantenimiento de una misma escala. Recortaba luego cada negativo para eliminar el fondo y procedía a reensamblar los negativos, pegándolos contra una base de película en blanco y logrando de este modo un negativo compuesto de las diferentes partes de un monumento, con lo que obtenía un negativo del monumento reintegrado.

Teobert Maler siempre fue un solitario. Si se hubiera casado, quizás no hubiera llevado a cabo sus largas expediciones. Sería incorrecto pensar que los jefes de familia de la era victoriana no emprendían jamás expediciones peligrosas o prolongadas, ya que existen numerosos ejemplos de lo contrario. Pero la clase de actividad concentrada que Maler fue capaz de sostener durante veinte largos años hubiera sido sumamente difícil para un hombre con la responsabilidad de una familia.

Los escritos de Maler, al igual que las descripciones que de él hicieron varios de sus contemporáneos, sugieren una personalidad irascible y capaz de sostener pleitos prolongados. También es cierto que sentía grandes celos hacia prácticamente todos los demás arqueólogos. Su blanco favorito fue el mayista estadounidense Edward H. Thompson, con quien sostuvo una vitriólica y unilateral enemistad por espacio de 25 años. La gran ofensa de Thompson consistió en "invadir" sitios como Labná y Chichén Itzá, que Maler consideraba suyos. También quedaron patentes sus celos hacia su gran contemporáneo Alfred Maudslay, a quien jamás le perdonó haber llegado a Menché (Yaxchilán) antes que él mismo. El hecho de que Maudslay se llevó de este sitio piezas esculpidas que actualmente se exhiben en el Museo Británico dio a Maler un pretexto excelente para enfocar sus baterías contra el trabajo del inglés. No obstante, en lugar de atacar personalmente a Maudslay, Maler dirigió sus ataques contra el asistente de Maudslay, Gorgonio López.

Maler siempre tuvo dificultad para otorgar crédito a otras personas, incluso si se trataba de personas que no representaban una competencia directa para él. Quizás no resulte demasiado exagerado sugerir que aspiraba al grandioso título de ser el único descubridor de los mayas.

Sus comentarios interpretativos de los mayas, tal y como aparecen en sus reportes, a menudo resultan ser meras especulaciones infundadas (dio por hecho que un edificio de sólida construcción en el sitio de Dzibiltún, Campeche, funcionó como Tlatocan o Palacio de Justicia, siendo que la función original de dicho edificio es desconocida hasta la fecha) e incluso ingenuamente racistas (estaba convencido de que el pueblo mexicano debía su vigor al hecho de que descendía de tribus de origen turco). En ocasiones, Maler sencillamente era muy crédulo. Por ejemplo, creía firmemente en el continente perdido de la Atlántida y llegó a hablar de haber descubierto, pintado sobre los muros de alguna cámara en alguna ruina maya, un mural que ilustraba la destrucción de la Atlántida. En sus propias palabras, se trataba de "una escena marina, en la que podían reconocerse un volcán escupiendo fuego y humo, así como edificios que se derrumbaban, cayendo al agua y gente ahogándose."

Sus excentricidades, sin embargo, palidecen ante sus logros. Desde hace mucho tiempo, a Maler se le ha brindado un justo reconocimiento como uno de los dos grandes exploradores-arqueólogos del área maya en la época en que apenas se iniciaban los estudios profesionales sobre la historia mesoamericana. El otro grande es, desde luego, Alfred Maudslay. De no haber sido por estos dos hombres, los estudiosos que los siguieron hubieran padecido graves problemas debido a la ausencia de datos confiables, y el desarrollo de la arqueología del área maya hubiera sufrido un retraso de varias décadas.


Altar 5 de Tikal. Fotografía de Teobert Maler.


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